jueves, 28 de abril de 2011

OSCURA TENTACIÓN ♥




Soy feo. Soy horrible. Soy un monstruo. No tengo espejos en mi castillo, los he prohibido. Odio esas superficies despiadadas que me muestran lo que yo trato de olvidar. Hace ya tiempo me deshice de todo reflejo, sumergiéndome en una lucha sin tregua, rasgando, despedazando, descuartizando, descomponiendo. El enemigo era yo, devolviéndome una mirada burlona que se encargó de recordarme cuán horrendo era. Insoportable. Desde todo ángulo insoportable.

 Mi vajilla es de porcelana, y no de oro o de plata como corresponderían a la grandiosidad de mi ascendencia. No puedo soportar siquiera ver relucir un destello de mis ojos desorbitados, demasiado grandes, demasiado bestiales, demasiado inhumanos, desprovistos de cordialidad. Siempre inyectados en sangre, en busca de una forma hermosa que haga olvidarme de mi propia monstruosidad. Y encontré lo más bello. Oh, vaya que sí lo encontré.

 Clarissa se llama ella. Me prendó con sus ondas azabache, que bailaban en un vals sofisticado sobre sus aristocráticos hombros, enmarcando un celestial rostro que capturaba el cielo en sus irises. Sus pestañas perfilaban sueños románticos, tal vez evocando un apuesto príncipe que se abriera camino hasta ella valiéndose de su espada y de su coraje. Sus labios, rojos y tan llenos, tan rebosantes de pasión dormida, me visitaban en mis mejores ensueños. Cuando la noche era tan espesa y cómplice que se prestaba a ayudarme en mi sigilo y camuflaje, me atrevía a admirarla más de cerca. Me recreaba en la largura curva de sus espesas pestañas, aquellas que sabía que custodiaban aquella mirada que tanto deseaba que se posase en mí y descubriese belleza en mí, una hermosura que fuera tangible y que no existiese solo de mi mero anhelo. También admiraba la blancura y aparente suavidad de la que hacía alarde su piel, ligeramente resplandeciente por el halo de la luna. Me demoré en la exuberancia del inicio de sus pechos, que asomaban por un sencillo escote de una prenda liviana e impoluta. Mis manos ardieron en deseos de acariciarla, e inconscientes, se encaminaron hacia su perfección, anhelantes por rozar el paraíso que emanaba de sus perfectas formas de mujer. Sólo que no eran manos. Eran sucias y bestiales garras, de uñas tan largas y puntiagudas que harían de mi anhelante caricia un brutal contacto. Mirándome las manos, tuve ganas de abofetearme por mi estupidez. Las lágrimas se agolparon en mis ojos cuando recobré la cordura. ¿Cómo iba a haber esperanza para un ángel y un príncipe deforme?










By: Lady.Rocker

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